Mito. Las moras (Mesegal)
IDENTIFICACIÓN
Las moras son bellas encantadas que tienen más de hadas que de musulmanas. A veces se la confunde con la jáncana.
HÁBITAT
Viven en oquedades hurdanas como la cueva de la Mora, en Asegur, o la cueva de la Huesera, junto al chorro de la Meancera, en el Gasco. Sus grutas son profundas como el sueño, con laberínticas galerías que comunican entre sí lejanos pueblos, altos castillos, oscuros templos y lugares arqueológicos hoy olvidados, repletos de fantásticos tesoros e innumerables riquezas que esperan a aquel que tenga la suerte de romper maleficios y deshacer encantamientos.
Quedan sus huellas (literalmente hablando) en Mesegal , donde deberás buscar “La patá de la mora”, o en Caminomorisco donde podrás fotografiar “La pisá de la mora”, dos petroglifos que, según la tradición, atestiguan la existencia de estas mujeres legendarias.
MOMENTO ÓPTIMO DE OBSERVACION
La mañana de San Juan es el momento ideal para poder descubrir a las moras hurdanas en todo su esplendor, porque todas salen a beber a sus fuentes preferidas
Podrás encontrarlas en la aldea de El Asegur, bebiendo en El Chorro el Güecu, en la Fuente del Risco de Aceitunilla, en la Poza de la Mora de Casares de Hurdes, en el Charco Rollón de El Cerezal, en la fuente de los Moros de Caminomorisco o en la fuente de la Alameda de Cambroncino.
PROTOCOLO DE ACTUACIÓN EN CASO DE ENCUENTRO
Si eres varón, la mora suele pedir ayuda para desencantarse, por lo que te hará pasar una serie de difíciles pruebas, que generalmente ningún hombre consigue pasar. Pero si eres de esos valientes que consigue llegar hasta el final, la recompensa será no solo el corazón de la bella encantada, sino también la posesión de todas las riquezas que custodia.
Si eres mujer, lo más normal es que solicite tu ayuda como partera, ya que las moras no pueden parir sin la ayuda humana. Su recompensa podrá parecerte miserable, pues suele ser un montón de astillas de madera, o un puñado de carbones que te arrojará sobre el mandil. No debes desestimarlos ni abandonarlos por el camino, como hicieron algunas hurdanas en la antiguedad, sino atesorarlo hasta llegar a casa y guardarlos. Al día siguiente comprobarás, satisfecha, como las astillas se han convertido en gruesas hebras de oro, y el carbón en pepitas de oro tan grandes como el puño de un niño pequeño.
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