El pastoreo
El oficio de pastor ha significado mucho dentro del desarrrollo socio-económico de Las Hurdes. Muchos miembros de la familia hurdana han sido pastores, tanto de su propia “piara” como de las comunales.
Es un oficio de “a diario”, con sus propias reglas y normas, que los vecinos de la comunidad llevan estrictamente. Ya desde muy antiguo, en las “famosas” Ordenanzas de La Alberca del año 1515, se empieza a dar datos referentes a configuración de rebaños, modos de actuación, etc., pero sobre todo, de las penas en que se incurrían si se cometía alguna falta a las mismas. En definitiva, este oficio siempre ha estado de alguna manera u otra, estructurado.
El terreno abrupto y el tipo de vegetación han determinado este tipo de ganadería, y una frase muy característica así lo puede definir, y es la que dice: “Si en Las Hurdes quieres estar, con cabras has de andar”. Esto quiere decir que el condicionamieto orográfico ha impuesto este tipo de actividad, una vegetación autóctona muy propicia para el alimento de la cabra, y una adaptación del animal a este tipo de terrenos escarpados.
Ya no quedan muchas “piaras” en los montes hurdanos, no porque sea un hecho coyuntural del momento en que vivimos, sino porque progresivamente desde hace unos años se ha venido produciendo un cambio en doble sentido: primero, a partir de los años 40 se empezó a desarrollar en Las Hurdes una repoblación masiva de pinos, que hizo que desapareciera gran parte de la vegetación autóctona, y por lo tanto, el alimento de la ganadería. Es decir, se produjo también una variación en el paisaje vegetal; y segundo, al reducirse los espacios de pastoreo se redujo también el número de cabezas de la ganadería, hecho que provocó el aislamiento por sí mismo de la propia actividad, hasta llegar a nuestros días, en que prácticamente se está llegando a su extinción, sólo mantenida gracias a las personas mayores que no tienen otros quehaceres y siempre se han dedicado a ello.
Los nuevos tiempos también han cambiado la mentalidad del hurdano con respecto al pastoreo. No hace mucho tiempo, hombres, mujeres y niños se dedicaban por igual a ejercer de pastores, un oficio que se ha heredado siempre de padres a hijos como algo intrínseco al propio desarrollo de la familia. Ahora, al no existir un futuro cierto sobre este tipo de viejo oficio (no haber en todas Las Hurdes una industria especializada al respecto), las nuevas generaciones deciden no seguir la “herencia cultural” de los antepasados, y este es el motivo por el cual se está llegando a su fin.
FORMACIÓN DE LA CABAÑA.
Como se ha dicho en la introducción, la mayoría de los hurdanos han sido pastores, y casi siempre han cuidado de su propio ganado, tando de manera individual como de manera colectiva, pudiendo llamar a ésta como “piara del concejo”. La Ordenanza LXXIIII (sic) nos dice “... e qual quiera que toviere fasta doze cabras sea obligado a las echar al cabrero del conçejo e no mas de estas doze cabras, so pena de çinco maravedis por cada res cada semana que ansy las echare al cabrero para el conçejo”. Se está hablando, por lo tanto, de la existencia de un personaje que se dedica a cuidar de las cabras de la comunidad y del número que debe estipularse para formar la ganadería.
No hay un número estricto de cabezas de ganado para formar la ganadería. En los mejores años se podían contar con unas 200 cabras por alquería. ¿Porqué se llegaba a este número? Cada pastor, cuando una cabra paría, decidía que los cabritos nacientes se criaban para así aumentar su propia “piara”. Algunos cabritos se mataban para consumo propio, sobre todo en determinadas festividades o días señalados, pero en la mayoría de los casos se criaban para que diesen pieles y pudiesen proseguir con la crianza de futuros cabritos.
Una vez confeccionada la ganadería ésta se tenía que echar al monte y lo hacían de una manera conjunta, y es en este momento, cuando empieza la organización. Cada vecino puede mandar una serie de reses a la piara común, pero tiene que cumplir con una norma muy estricta: “la dua”. ¿En qué consiste? En que cada dos cabras que eche tiene que cumplir con un día de pastoreo para la piara común. Cuantas más cabras eche a la piara más días tiene que cumplir de pastoreo. Es obvio decir, que sólo ejercían de pastores aquellas personas que tenían cabras y el orden y calendario de pastoreo se estipulaba entre ellos mismos. Para poder pastorear en los montes comunales se debía pagar un impuesto al ayuntamiento, que consistía en 100 ptas por cabra que conforma la piara. El “tío campanero” tocaba una cuerna en la plaza del pueblo avisando que debían salir las cabras al monte, y todos los rebaños de la alquería se juntaban para que el pastor las comenzase a guiar.
Se ha hablado del pastor, de la formación de la piara, pero no de las características propias de las cabras hurdanas. Es de corta alzada, muy peluda, destacando los largos y espesos mechos de pelos de sus cuartos traseros. Antiguamente, los hurdanos fabricaban sogas con tales pelos. Los machos de esta “raza” son también de corta alzada, pero muy robustos, sobresaliendo de ellos un abigarrado y espeso mechón de pelos entre los cuernos. En cuanto al color, hay ejemplares cárdenos y de color canela. Este tipo de raza se va perdiendo entre los pocos ejemplares que existen debido a que se van cruzando con otras razas traidas de otros lugares.
En cuanto a las edades de las cabras hay una palabra que puede indentificarlas, y se denomina “igüea”, que es una cabra más grande que el cabrito y más pequeña que el macho.
LAS “MAJÁS”.
Esta denominación la reciben los lugares hechos de lajas de pizarra, delimitados por cercas, destinados para guardar las “piaras” de cabras de todos los vecinos cuando llegaba la noche, así como también para dar cobijo a los propios pastores. De esta manera, se evitaba su dispersión, pérdida o robo, así como el ataque de los lobos, en épocas remotas muy abundantes en la zona. Había temporadas en las que los pastores se pasaban en el monte mucho tiempo, y este tipo de construcciones les servían de viviendas provisionales.
Los materiales de construcción eran la piedra, el barro, amazones de enebro, y sobre todo, lanchas de pizarra para los tejados. La mampostería era a piedra seca y en ella se podían ver una división de cuatro partes: caseta del pastor; corral para caballerías; “corralá” para el ganado caprino; y “chivitero” para guardar a los chivos. La forma de consrucción es casi siempre redonda, muy similar a los castros celtas. Para su instalación se solían buscar parajes con alguna pendiente a fin de facilitar el deslizamiento de las aguas en invierno, situándose en cabeceras un otro emplazamiento, al resguardo de los vientos y del calor.
Hoy podemos ver en el paisaje hurdano restos de antiguas majadas, muy parecidas a las que también se hacían para las colmenas.
PRODUCTOS.
Esta actividad ganadera proporcionaba una serie de productos, que si en un principio se decicaban exclusivamente al consumo propio, no tardaron con el paso del tiempo en convertirse en verdaderos platos de “lujo gastronómico”. Hay que referirse al queso de cabra y a la carne de cabrito.
Lo primero que se recogía era la leche de la cabra, ordeñada por la mañana, y que era el alimento para el desayuno y muchas veces en la comida. En las temporadas que pasaban los pastores en las majadas, para cocer la leche ordeñada de la cabra, utilizaban piedras hirviendo para hacer las veces de esterilización de la leche, eliminando posibles microbios que produciesen la tan temida “fiebre de malta”. La leche de cabra es de sabor fuerte y con altos componentes grasos.
Los “cuajos o carozos” servían para hacer el queso, que se podía consumir tierno o bien se dejaba curar un cierto tiempo para después conservarlo en aceite de oliva, alimento que se podría consumir a más largo plazo. El proceso artesanal del queso sería el siguiente: ordeñar la leche y colarla con un colador de corcho; cuajar la leche con el cuajo troceado del cabrito; menear la cuajada, siempre con las manos frías (dicen las pastoras que si no se estropea el queso); sacar el suero con un recipiente; dar forma al queso en aros de corcho o de madera; salarlo con sal gorda; y orearlo durante varios días en las queseras.
La carne, tanto de cabra como de cabrito, se puede considerar como producto, porque si bien forma parte de la gastronomía local, también servía para su comercialización, bien canjeados por productos, bien en retribuciones dinerarias.
Todos estos productos suelen pasar el límite del autoconsumo familiar, siendo una base económica muy importante debido al rendimiento monetario que se obtiene de la venta de los mismos. No se puede hablar de una industria en torno a este tipo de ganadería, pero sí un ir y venir de comerciantes en busca de quesos, cabritos y pieles de cabras que salen al exterior, a otras comarcas aledañas. Incluso dentro del propio pueblo se hacía comercio, puesto que todo el mundo no tenía ganado y no podía criar sus propios cabritos u obtener su propio queso. Estas compras se solían hacer en fechas señaladas como festividades de la localidad, bodas, bautizos, etc.
La gastronomía en torno a estos productos se centra en la degustación del queso en aceite, muy apetecible al paladar como aperitivo antes de las comidas o como postre; en la carne de cabrito en diversas variedades (a la brasa o en caldereta); y en algunos postres en donde se utiliza la leche como elemento primordial, como es el caso de los “socochones”. En un principio ésta era una comida de los pastores que utilizaban la leche de cabra mezclada con castañas y trozos de tocino, una base alimenticia rica en grasas muy útiles para el desarrollo del trabajo diario. Hoy en día es un postre, que si bien mantiene la leche y las castañas ya no incorpora el tocino, sino que es sustituido por frutos secos y azúcar.
INDUMENTARIA TRADICIONAL.
Todo oficio que se preste necesita de unos utensilios básicos para realizarlos, y el oficio de pastor también lo requiere. Los primero, es llevar una ropa adecuada, compuesta por pantalón de pana, zajones, taleguilla, antiguamente albarcas y el sombrero redondo de paño. Como complementos, el zurrón para la merienda y algunos enseres, así como callada para servir de apoyo y para poder espantar animales que puedan aparecer como la culebra, algún zorro, jabalí, etc.
TRADICIONES.
La vida del pastor de cabras es solitaria, ya que pasa la mayoría del tiempo fuera de casa en el monte. Generalmente es el hombre quien ejerce de pastor, pero se reparten las labores dependiendo de su estatus. La mujer se dedica a ordeñar las cabras y hacer el queso, mientras que el hombre busca ramo para darles de comer por las noches. En las largas temporadas que pasaba el ganado fuera de casa era la mujer la que iba a buscar la leche a las majadas.
El pastor siempre tiene tiempo libre en sus quehaceres en el campo, y son varias las utilidades que le saca al tiempo libre que dispone. Entre las actividades que puede realizar destaca la artesanía, labor que aprovecha materiales como el corcho a la madera de brezo o madroñera para hacer objetos tales como pipas o incluso gaitas, afición muy arraigada entre los pastores hurdanos. El campo es un buen lugar para dar cuenta del rico folclore que se atesora en la zona.
Los pastores andaban por los terrenos comunales del municipio correspondiente y muchas veces en sus andares por los mismos se juntaban los de un municipio con los de otros. Esto derivaba, unas veces, en peleas y rencillas por verse usurpados los terrenos, pero otras, las más comunes, en juegos de entretenimiento mutuo, como por ejemplo haciendo apuestas para ver quien tira más del palo, una demostración de fuerza entre hombres; hacer enfrentar a los machos de una y otra piara; contar anécdotas y chascarrillos; ir de pesca o tirar lazos para la caza. En definitiva, el tiempo es aprovechado para sacarle un rendimiento personal.