Cuento. La jáncana
Contaba mi abuelu que antes había Jáncanas, que eran como personas monstruosas que se vestían de pielis. Vivían de la caza y tenían un ojo mu grandi en la frente. Y decía mi abuelu que antis, en España, a los que cogían prisioneros, los pescaban y los llevaban a la mar, pa’llá, pos la condena era, sigún, un año, dos años, lo que fuesi. Y le dicían: “Tú estarás pa’llí el tiempo de la condena; cuando pasi el tiempu, ya iremus a buscarti con el barco. De allí no te muevas, que se te irá a buscá en su tiempu”.
Ahora, allí, en aquel territoriu pa´llá del mar, vivía una Jáncana, y muchus presos, y no volvían por mó de la Jáncana, que los mataba, y, aluegu se los comía.
Ahora, ya llevarun a unu pa`llí, le pasaron del mar pa’llá, pa purgar el mal que había jecho. Lo dejaron pa’llí, y en cuantis quedó sólo se presentó la Jáncana. Cogió la Jáncana, lo agarró de la mano y lo llevó pa la su cueva. Allí, pos de principiu, andaba bien. Como la Jáncana era era cazaora, pos tos los días comían presas de caza. Y dicía él: “ah, pos no se está mal pa’quí; to el día tumbao en la cueva y, aluegu, la Jáncana me avía buenas comidas. No se está mal, no”.
Le dicía la Jáncana que no se tenía que mové cuando ella salía de caza, que se tenía que estar metío en la cueva. Ahora, pos él le hacía caso; no sospechaba ná. Pero por la cuenta, un día fue y le preguntó a la Jáncana: ¿Pos no tenía que avé pa’quí más presos?¿Pos ande están los presos? Digu yo, que por lo menos uno o dos tendría que habé penado pa’quí…
Fue la Jáncana y le diju que no hiciera preguntas, pero él volvía un día y otro: “Tienis que decirmi qué ha pasao con los otrus presos”.
Ella le dicía: “Tú, comi y calla, que lo que tienis que hacé se ponerti bien gorditu”.
Ya, un día, él se metió pa lo profundo de la cueva, que pa’llí no podía entrá, que la Jáncana le tenía puestu un topi de hasta donde podía ir. Pero él pescó y se metió pa lo profundo de la cueva. Pa’llí estaba tó oscuru, no se vía ná. Fue y encendió una jacha, de esas que se jacían antis pa alumbrasi la genti, que se jacían con jaras. Fue, y la encendió, y ¡uy lo que apareció allí! Había colgaos un montón de tíos como si fuesin jamones, tos atasajaos, y otros había metíos en unas pilas, cumu en salmuera. Al que no le faltaba una mano le faltaba un pie, y así… Es que la Jáncana la diba comiendo poco a poco. Les tenía hechos tasajos y cada día se llevaba, cuando salía de caza, pos un buen cacho. ¡Ay amigo!, el otro ya empezó a desconfiá y dicía: “Esta Jáncana me está engordandu a mi pa hacermi lo mismu que a estos pobrecinus”.
Vino la Jáncana de cazá y apreparó la comida, pero él no tenía ganas de comé. Ella, venga inistili pa que comiera, y él no quería. Esu no le gustó a la Jáncana. Y comu ya se lo hizu dos o tres días seguíus, la Jáncana empezó a desconfiá y no se diba ya de caza; se quedaba en la cueva. Ahora vinu un día y le dici él: “Sal hoy de caza pa la sierra, que hoy es el día de mi Santo y me ha entrao mucha hambri”.
Se salió ella a la caza, pero como no se fiaba, cogió y le colocó un canto mu grande pa ataponarle la entrá a la cueva. Na más se metió la Jáncana pa la sierra, cogió, apalancó el canto y lo tumbó. Se cargó hombros al niño, pos había un niño con la Jáncana, y salió que no veía tierra pa correr. Llegó la Jáncana a la cueva y, al ver que había tumbao el canto, sale como una loca por allí pa’llá, y lo vio que iba con el niño a los hombros. Coge y le tira una piedra y le dio en el tobillo, y iba cojeando, chorreando sangri, pero él al niño no lo soltó. Y esti día era el día que cumplía la condena, que ya quedaba libri, y ya estaba allí en el mar esperandu el barco. Llegó pa’llá y se tiró pal barco. Le dicin los del barco: “¿Pos vienes sano y salvo, si a otros les hemos estao esperando y nunca han llegao?”. Y dici él: “Pos yo he tenío habilidá pa escaparmi”.
Ahora, cuando iban ya varias millas mar adentro, le dice el hijo que llevaba a los hombros: “Uy, padre, que buen gañón tenéis pa un guisao”. Y dici él: “¡Con que con esas tenemos!¡Ay ladrón, tú eris igual que tu madre!¡Hala, pal mar!
Fue y lo tiró pal mar, y pa’llí estará, si no se ha ajogao…
Y esti es el cuentu que nos contaba mi abuelu a nosotrus.
Francisco Sánchez Matías (Horcajo). EN: El Correo jurdano, n. 23, (jun. 2001), p. 24-25.