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Cuento. El niño imperfecto

“Esto era una vez un matrimonio, una pareja de recién casados, y el marido, cuando pasó un poco de tiempo después de la boda se tuvo que ir a la siega, y dejó a la mujer embarazada. Y entonces, el cura andaba detrás de la mujer. Y cuando barruntó que el marido se había ido a la siega, pues un día estaba la mujer barriendo la calle, y se acercó a ella y le dice: -“hombre María, ¿qué tal te va?”-, y le dijo María, -“pues muy bien, señor cura. Estoy esperando un niño y estamos muy contentos”-, -“pues de eso, eso quería yo hablar, del niño que estás esperando. Porque tienes que saber que ese niño no tiene cabeza, es un niño que tienes en tu vientre pero que no tiene cabeza”-. Y la mujer se quedó muy preocupada, y dijo –“hay, señor cura, pero cómo es posible eso”-, y el dijo el cura –“pero tú no te preocupes de eso María, te vienes a mi casa quince días y le hago yo la cabeza al niño”-. Total, que va María por la noche a casa del cura, y el cura ¡vaya que si le hacía la cabeza al niño!”-. Y cuando el cura ya barruntó que el marido llegaba de la siega, le dijo –“ya no te preocupes María que el niño ya tiene la cabeza perfecta, ya la tiene muy bien hecha”-. En esto, llegó el marido con sus pequeños ahorros de lo que había ganado en los jornales de la siega, y creyó que su mujer lo iba a recibir con alegría, contenta, pero lo primero que hizo fue regañar al marido –“hay que ver Juan qué incapaz eres que no sabes hacerle la cabeza a los muchachos, que me la ha tenido que hacer el señor cura la cabeza”-. Y el marido, en vez de decirle nada a la mujer, pensó –“esta mujer mía es boba, no sabe lo que dice”- y vio que tenía una mujer muy ingenua. Pero él tramó una venganza contra el cura. Y es que el cura, pues como pasaba antes en los pueblos, tenía una piara de cabras y de machos, y tenía el corral a las afueras del pueblo. Y la dijo Juan a su mujer –“María, afílame bien la hoz”-, y María le dice –“pero para qué quieres la hoz si ya vienes de la siega”-,  -“tú afílamela”-. Y le afiló bien la hoz. Por la noche, se fue al corral donde el cura tenía las cabras y los machos, y con la hoz degolló todas las cabezas de las cabras y los machos de la piara. A la mañana siguiente, el pastor del cura (tenía un criado como pastor), cuando fue a abril para sacar a la piara, vio que estaban todos muertos con la cabeza cortada. Y fue al cura y le dijo –“huy, señor cura, ¡qué desgracia!, que he ido al corral y está todo el ganado sin cabeza”-. El cura se enfureció mucho; mandó tocar las campanas  que todo el pueblo fueran a la iglesia. Entonces, él se puso en el púlpito  a echar el sermón, y Juan, el marido de esta mujer ingenua, se puso justo delante del púlpito. Y el cura diciendo –“amados feligreses míos. Habéis de saber que esta noche ha ocurrido una desgracia. Alguien le ha cortado la cabeza a las mis cabras y los mis machos. ¡El que haya sido, que se levante!”-. Y entonces Juan, desafiando al cura, se levantó enfrente del púlpito, y le dice –“cura curacho, igual que has hecho la cabeza al mi muchacho, a ver si se la haces otra vez a las tus cabras y los tus machos”-. Entonces el cura se calló, y aquí se acabó el cuento.

 

 

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