Cuento. El correo malicioso
Pues estu es que había guerra, y estando la nación en guerra, pues se casó un matrimonio. Y a los pocus días de casarsi, le vinu a mariu el avisu de que tenía que incorporar a la guerra. Y, claro, se querían mucho dambos dos, como que estaban recién casaos. Ya cogió él el caballo que tenía y se marchó a la guerra, y dejó a la mujer encinta. Ahora, mira tú lo que son las cosas: resulta que el correo, el que repartía las cartas, había sido anteriormente novio de ella, de la mujer del que se fue a la guerra, pero pol lo que fuesi, ella no lo quiso y se casó con el marido que tenía. Ahora, fue el correo y vio una buena oportunidad pa vengarsi de ella, y dici: “tú no tas casao conmigo, pero las va a pagá”.
Dio al marido por mandarle cartas a la su mujé, y llegaba el correo, las pescaba y las rompía, y cogía y le escribía él otras cartas, y le ponía remite del marido, y en esas cartas la insultaba, se metía con ella, le ponía de to lo malu que había. Antonce, ella, pensando que el su marido ya no la quería, cogió, acandó las puertas de a casa y se fue sin decirli ni siquiera nada a la su suegra. Y ella, ya, desesperá, se dirigió aciamenti a la montaña, y se refugió en una cueva que encontró. ¿Y sabéis lo que comía?, yerbitas del campo. Y ya dio pues tiempo en que tenía que dal a luz, y dio a luz un niño. Y con el tiempo, se le pudrieron las ropas, y sólo se cubría con el vello del pelo, que le había crecido mucho y le caía una mata pol tó el cuerpu.
Se dio en acabarsi la guerra y regresó él al palacio. Y fue y le preguntó a la su madre por la su mujé, y la su madre le dijo que no sabía nada, que ella se había marchao y había dejao las puertas acandás.
Ahora, un día le dijo él a un amigo: ¡Vámonos de caza! Cogieron y se fueron de caza, y ya, entri el bosque, vieron un carril, y pol el carril siba una ciervita, y aquella ciervita estaba dando lechi. Pero pol más que la quison seguí, se les perdió el rastro. Dici él: “Ámunos, que ya está escureciendo. Mañana habrá que volvé, que esa cierva debi está cerca, que está dandu lechi y debi tené los ciervinos en estos montazalis”.
Volvieron al otro día y ya vieron otra vez a la ciervina. La siguieron y vierun que se metía pa una cueva. Y al metersi pa la cueva, oyeron llorá a un niño. Se conoci que tenía hambri, el pobrecito. Y, es que la madri, como sólo comía yerbas del campu, no tenía lechi, y la ciervita, como era milagro de Dios, diba tos los días a darli de mamá al niño. Y no sólo de daba de mamá, que tamién cogía la ciervita con su boca al niño y lo sacaba pal sol. Totá, que se fueron ya y arrecogieron al niñu, que estaba en la misma puerta de la cueva. Y le dici al amigu: “Hay que entrá padrentu, pa la cueva, pa jacé una exploración en regla”. Fueron y entrarun padrentu, y allí se encontrarun a la señora, que era la más guapa que había en el reino, pero como ya digo, estaba como Dios la echó al mundo, solamenti cubierta pol el vello que le había creio y le tapaba tol cuerpo. Y fue aquel señol y le dio la capa, pa que se tapara. Y como había pasao tanto tiempo, pos no se dieron en conocé. Y ya, a aquellos señores les dio mucha lástima de la señora y del de su hijo, y le dijon: “Venga, se avíe usté, que se va a vení con nosotrus al puebro”. Y dici ella: “Bueno, bueno, si ustedis así lo disponin me iré con ustedis, pero yo me iré a la mi casita, que yo tengo casa en el puebro”.
Llegaron ya al puebro y la sorpresa fue àra eñ señó cuando le dijo cuál era su casa. Y dici el señol: ¡Pero si esta casa es la mía! Totá, que ya dierun en habrá y se descubrió tó. Tumbaro la puerta de la casa, que ya se había perdio hasta la llavi, y fueron derechos a pol el montón de cartas que había amañao el correo, y que estaban en la mesilla de noche, en el cuarto ande había domío ella mentris el mario estuvo en la guerra. Ya hizon las comprobaciones de la letra del correo con la de aquellas cartas, estando presente el Jué, y se descubrió tó el pastel. Pescó él, y ni corto ni perezoso, se presentó ante el Rey: “Mire usté, seño Rey, mientris que yo le estao sirviendu a su majestá en la guerra, el correo del puebru me ha liao esto, esto y esto”.
Antonce, mandó el Rey a un batallón de soldaos que se presentaran en el puebru. Y mandó que jicieran en metá de la praza una joguera con un gran montón de leña, y que se arreuniera tó el puebru allí. Y, mandó aluego que, cuando estubiera a lumbri en su mejó sazón, que cogieran al correo y lo tiraran allí. Y asín hizun los soldaos. Y, aluego ellos, pues se fueron al su palacio, y fue él y llevó a la su mujé a las mejores tiendas que había y le compró un vestío de seda, de arriba abajo.
Y eso pasó, que ellos se comieron buenos conejos y perdices, y a nusotrus nos dierun con los huesos en las narices.
Hortensia Velaz (Aceitunilla). EN: El Correo jurdano, n. 29, (abril 2003), p. 16-17.