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Cuento. El cochino de San Antonio

Pues esto era una viuda de pa’quí de Las Jurdes, y esta viuda vivía sola, en casa, con el único hijo que tenía, que era como algu tontinu, y pasada cumu pol el tonto del pueblo, o sea, que era algo retrasao mental, o sea, era lo que parecía.

Ahora, un año pos no tuvon dinero pa jacé la matanza. Eran bastantepobres y no tuvon aquel año pa jacé la matanza. Y le dice la madre: “ay, hijo, hogaño nos quedamos sin matanza”. Y dici el hijo (y eso que era medio tonto): “No se apuri usté, madre, que todo se andará”.

Y en aquel pueblo era como cosa de tradición que tós los años le ofrecían un cerdito a San Antonio, un garrapatinu que andaba suelto pol las calles tó el año, y las gentes le echaban de comé de lo que tenían en casa, como si fuesi un gorrino suyo. Cuando ya iba bien gordito, que venía a ser por el tiempo de la matanza, pues lo cogían, al cerdo, y lo subastaban, lo rifaban, y el que más diera se quedaba con él, y el dinero que se sacaba iba a pará pal Santo, pa los gastos del Santo, pa San Antonio. Pues mira lo que pasó, que una tardi, cuando el cerdito llegó pa la puerta del tonto fue esti y lo pescó, y lo metió pa la casa, y cogió y lo mató. Dici “Hombre, to el mundo haciendo la matanza y nosotros no; eso no pue ser. ¡Venga, el gorrino pa drento y a jacé la matanza!

Con que se puso, pin-pan, pin-pan y ¡hala!, lo mató, y cuando lo estaba abriendo, se presentó la madre, que venía del rosario. Y dice la madre: “¡Ay pol Dios y los Santos benditos!, pero ¿qué estás haciendo si esi es el cochino de San Antonio? Y dice él: “¡Nada, madre! Usté no se preocupe, que esti año ya tenemos matanza. Usté a callá, que aquí no ha pasao ná”.

Llegó ya el otro día, y los vecinos: “Pos si no vemos al cerdito de San Antonio, ¿ande estará, ande estara?” Con que ya fueron a casa del cura y le contaron lo que pasaba, que el garrapatino de San Antonio no aparecía pol ningun lado, que no lo encontraban y que a ver lo que hacia. Dice el cura: “Vamos a echá un bando,un pregón, pa que se enteri to el mundo. Y que se venga toda la genti del pueblo a confesá, que se vengas tos a confesá la iglesia”.

Empezaron a llegá la gente, y el sacristán los iba apuntando a uno pol uno, los iba apuntando en una libreta. Y tos iban pasando pol el confesionario:

-Ave María Purísima-

-Sin pecado concebida. ¿Ha robao usté el cerdo de San Antonio?-

-Yo no he sio, padre cura.

Y ya pasaron tos, y ninguno había sido.

Dice el sacristán: “Padre cura, ya solo queda el tonto del pueblo pol confesá”, y dici el cura: “Pos que vayan a llamalo”.

Viene el tonto del pueblo pa’cá y se mete en el confesionario y le dici el cura: “Vamos a ver, hijo, ¿has robao tú el cerdo de San Antonio?” Y el tonto le decía: “Padre cura, no se aye ná”. Y volvía el cura y le preguntaba: ¿Sabes tú, hijo mio, quien ha robao el cerdo de San Antonio?”.

Y así, una y otra vez. Con que ya va el cura y le dice: “A ver, hijo mío, que yo me salga pa de fuera del confesionario y te metis en dentro, pol vé si lo oyes mejó”.

Va el cura y se pone pol de fuera, y va el tonto y le pregunta: “Padre cura, ¿sabe usté quien se acuesta con la mujé del Alcalde?” Y dici el señol cura: ”Es verdá que no se oye nada de nada, pero absolutamente nada”.

Y así fue cómo el tonto hizo la matanza y se comió el garrapatino de San Antonio, y tan bien le sentó, que entoavía está regrotando.

Y colorín, colorado, este cuento se ha acabao, y el que no levante el culo, es que lo tiene apegao.

 

Feliciano Iglesias (Vegas de Coria). EN: El Correo jurdano, n. 31 (dic. 2003), p. 28-30.

 

 

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